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Thursday, June 23, 2011

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No es lo que se cuenta; no es cómo se lo cuenta; no es lo que se sentencia, resignados, al silencio impenetrable del pensamiento. No, no es lo que se dice ni cómo se lo dice, ni lo que se calla. Es casi como mirar el viento dibujando olas en los campos sin sentir la brisa. Son unos ojos perdidos en la inmensidad del horizonte. Casi como esos cuerpos sin nombre que bajo la luz tenue de la mañana, un domingo de invierno, pulen exhaustos el bronce de una tumba.
Las historias de los hombres no se cuentan, no se ven, no se escuchan. La historia de un hombre es un mundo, un universo desolado, único, irrepetible, inexplicable, incomprensible para cualquiera excepto para él mismo. A veces incluso para él.
¡Si se pudiera! Si alguien fuera capaz de reproducir lo irreproducible, de relatar lo que tantas veces uno mismo no puede descifrar… ¿Por qué, entonces, el empeño en escribir y describir como si la hoja blanca frente a uno fuera un espejo, como si nuestros propios ojos fueran la luz?
Un momento nada más y me convenzo de que puedo llenar esto con algo que valga la pena… Nadie, nadie jamás va a leerlo como yo, nadie jamás va a leerlo como otro… y hasta a lo mejor nadie lo lea jamás, ni siquiera yo. Es esta necesidad infantil de ponerme en el centro, de sentirme protagonista de algo más que de la sucesión de los días uno tras otro, algunos más interesantes que otros, algunos insoportables, sofocantes inolvidables hasta en los detalles. Y para sacarle el dramatismo y minimizar la idea de que me victimizo, esos dias que uno quiere volver a vivir una y otra vez, días en los que el éxtasis y la emoción de estar vivos nos sobrepasan… de esos días también uno quiere ser protagonista y tan facilmente se niega el privilegio…